martes, 20 de julio de 2010

Al compás del viento

Eran dos. Tantos meses, tantos años, tantos momentos en que caminaron juntas, sin perder de vista sus pasos que iban al compás del viento. Tal vez sea difícil describir el suave aroma que dejaban al pasar... solo sé que nunca lo olvidaré.

Un día de lluvia, nublado, tempestuoso hasta tenebroso... ya no las vi pasar como siempre, juntas, mirándose fijamente mientras se echaban a reír con un poco de timidez. Algo parecía haber sucedido, no se bien qué, pero si se que ya no se mostraban alegres, sus sonrisas, eran tan solo un recuerdo. Y lo que mas tristeza me daba, es que al pasar el viento parecía llorar, mientras un humo oscuro lleno de soledad sucumbía. Eso era lo que pasaba: La soledad. Siempre supe que para ambas era su peor enemiga. Sin duda, ya no eran las mismas muchachas, aquellas llenas de libertad. Algo parecía atarlas, un remordimiento, una deuda pendiente, lo mas extraño es que al cruzar nuevamente sus miradas, la paz podía notarse en todo su rostro, ambas deseaban volver el tiempo atrás, para preguntarse qué es lo que había sucedido, por qué ya no podían seguir al viento…

Mucho tiempo me llevo descubrir la causa de este mal, este mal que se adueño de mi mente sin dejarla suspirar un momento… Creo haber hallado una respuesta. Habían crecido. Si, ellas, esas niñas cuya inocencia era tan dulce, tan sana, tan real. Ya no eran niñas, cada una había tomado su camino, sus planes de vida no incluían a la otra. Se habían olvidado, al menos eso podía notarse en el reflejo del mar, que alguna vez las supo observar juntas mientras un silencio se adueñaba del amanecer que ellas tanto esperaban.

Sin embargo, es hasta en este mismo instante que no logro descifrar lo que había pasado entre esas niñas convertidas ya en verdaderas mujeres. Aún puedo notar un vacío en cada una de ellas. El haber crecido las distanció, las perturbó, les impidió seguir brillando. Creo que sus bellezas, sus virtudes, se opacaron. Les cuesta admitir que juntas, eran tan felices… tan felices. Nunca, jamás voy a entender ese pensamiento de creerse autosuficiente, nadie pudo sobrevivir a las grandes tempestades en soledad.

Creo que no podré hallar un por qué de esta historia. Pero aún suelo pasar por ese lugar donde las vi caminando al compás del viento, donde las vi sonreír. Es en ese lugar donde el Sol permanece hasta hoy incluso, en el ocaso, esperando todavía a esas muchachas que alguna vez supieron amarse mientras esperaban el amanecer.

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