sábado, 29 de enero de 2011

Penurias de bandoneón

Ella era un manantial de valores, donde el agua en su estado más puro recorría ínfimamente todo su alma. La multitud coincidía en que la moral era su más preciada sombra. Su nombre era sinónimo de lucha y perseverancia. Prefería el anonimato. Esta dulce mujer había recibido el regalo mas bello y mas natural de todo ser de su especie, un hijo… pero no cualquier hijo: “Salvador” quien poco a poco le brindaría honor a su nombre. Con el tiempo el niño fue comprendiendo aquellas injusticias, que su inocencia lograba ver con claridad. Pues claro, no le tocó la mejor época de su patria… de su amada patria. Salvador a medida que fue creciendo se fue haciendo cada vez más criollo, sí, más argentino que el riachuelo y el mate mismo.
Cuando recorría las calles de aquel barrio de La Boca tomado fuertemente del brazo de su madre, un viento muy tenue lograba empujarlo a aquella que quizá se convertiría en la razón de su vida. Divisaba a un hombre, a lo lejos, en aquel callejón donde se podía oír una alegre melodía que endulzaba todos sus sentidos, llevándolo a recorrer mundos siderales. Y... era de esperarse, era un tango del Polaco Goyeneche. Día tras día le insistía a su madre de que lo llevara al barrio, que luego en su juventud se convertiría en su morada. Con su primer sueldo que pudo conseguir de canillita en el centro de la ciudad, pudo comprarse un bandoneón. Él mismo dijo, al tiempo de fanatizarse con él, que “ese instrumento le había quitado el sueño, pero le había dado algo indescriptible como es soñar despierto”. Si “el salva” como lo apodaban en su barrio natal, era de hablar con pura rima, le encantaba aquel juego de palabras que sonaban perspicaces. Sin duda tenía alma de artista, lo fue demostrando en todas las calles de la ciudad. Su fin no apuntaba a nada relacionado con el lucro, él solo quería llevar música a cada rincón para así “sentirse un poquito más vivo”. Salvador sostenía alta su bandera de lucha por la paz, a las letras de sus tangos le incluía montones de ideales que al tiempo serían censurados.
Aquel muchacho entusiasta ya no era el mismo, sus sueños no eran más que papeles rotos de aquel espíritu de lucha que no había podido ser. Sus tangos habían muerto súbitamente. Su bandoneón no tenía más que un montón de polvo. Su rostro solo una lágrima que acompañaba el desdén de sus pasos.
Era de imaginar, Salvador no iba a rendirse. A modo de resurrección, volvió a surgir su inspiración. Volvió a escribir con anhelo, sus tangos. Salió a demostrarle a su Buenos Aires querido que él no había muerto y menos aún sus utopías. Esta alegría no duró más que unos segundos, se desvaneció. Despertó en un lugar tan oscuro como la realidad de aquel entonces. Sangre empapaba sus mejillas y manchaba su saco de gamuza un tanto gastada.Su madre no supo más de Salvador, creyó que se había fugado con su bandoneón a llevar sus tangos a un sitio lejano, pero solo segundos le duró esta ilusión. Entendió, en breve que la vida humana es como un rocío o como un relámpago, que la justicia era algo de antaño.
Pero también encontró junto con otras madres un racimo de esperanzas, que depositaron en aquellos pañuelos blancos. Escribieron una página más de la historia argentina, donde no hubo más que dolor, donde los valores se habían extinguido. Pudieron poco a poco recuperar centímetros de dignidad que sus hijos habían defendido porque querían nada más que verdad. Cambiaron su vida por un ideal, y ganaron una condena, la más bella condena que es la de su eterno recuerdo y su ejemplo por la libertad.

miércoles, 5 de enero de 2011

¿Más preguntas?

Lo siento en mis venas. Siento ese suspiro de libertad, nunca he sentido tanto como en los últimos tiempos. Me pregunto lo empírico de esto. Aborrezco también todo término relacionado con “madurez” que disfraza a nuestro verdadero ser. Creo que siempre intentamos ser tan similares, porque claro, ser distinto puede resultar divertido, entusiasta, dinámico… pero todo esto parece derrumbarse cuando ya se oyen críticas que nuestra soberbia las acusa de absurdas. Ser “distinto”, todos nos los cuestionamos. Cuando era pequeña necesitaba no desbordarme, mantenerme en esa línea en la que todos estábamos inmersos, yendo a un mismo destino. Hoy necesito perder esa cordura que hace exaltar hasta mi calma, por más contradictorio que parezca… hay un punto en los que nos damos cuenta lo bello de la diversidad que engrandece nuestra esencia. A su vez pienso que ciertos factores van logrando una introversión que nos involuciona y echa a perder todo aquello que el tiempo nos fue develando.
Muchos deciden ser “uno más” con el pretexto de que se sienten afines a cierto entorno. No logran sacar su originalidad, su propia identidad. Quizá no se sientan con confianza en que realmente son especiales en un mundo que no cesa de innovar.
Otros deciden “resaltar” ser “distintos”. Luchando contra todo o ignorando ese todo, logran su objetivo.
Todo encierra la explicación de que hay que conquistarse a uno mismo, que hay que ir buscando metas claras, marcando el punto de partida sin saber su continuidad. Descubrirse y redimir su efímero yo. Otorgarle adrenalina al mundo que en su coteidaneidad ensaya este arte de vivir.